Víctimas de las eléctricas
Cuando encender la calefacción o dar la luz es un lujo.
Víctor nos recibe en su piso compartido con uno de sus compañeros y una amiga que ha venido a visitarlos. Tiene 62 años y lleva varios en paro, le resulta muy complicado encontrar trabajo por su edad y debido a una discapacidad que tiene de más del 40%, pero no pierde la sonrisa ni la esperanza. Nos comenta que entre los compañeros de piso pagan todos los gastos proporcionalmente, incluido el alquiler, que se lleva casi la mitad de los ingresos que suman, apenas 1.000 euros.
“Hoy se está muy bien aquí en el salón con sol, en verano no hay quien se siente, pero ahora da gusto”, comenta Víctor mientras se acomoda en una silla de la minúscula estancia pintada de un vivo color verde (casi el mismo que el del logo de Greenpeace). Víctor recuerda continuamente que la ayuda que percibe por la Renta Mínima de Inserción (320 euros al mes) no le da para nada y se lamenta de que le quitaran 80 euros mensuales por vivir con otras personas. “Nos hemos visto en la disyuntiva de si comer o pagar la luz, pero finalmente nunca hemos dejado de pagar un recibo, si acaso nos hemos quedado sin comer”, dice entre orgulloso e indignado.
“Estoy convencido de que las personas propietarias de las eléctricas no tienen ni idea de lo que es pasar frío y no poder casi ni encender la luz”, comenta Víctor mientras asegura que se calientan solo con el sol y que jamás encienden la calefacción, ni en invierno aunque se hielen. “Controlamos que nadie use más tiempo de lo necesario la electricidad, no nos podemos dar ese lujo”.
Algo más lejos del sur de Madrid, en Becerril de la Sierra, nos espera Ana, una auxiliar administrativa también de 62 años que, a pesar de estar trabajando, tiene problemas para afrontar los abusivos recibos de la luz. “Me aconsejaron que contratara un sistema de calefacción eléctrico y así los radiadores se cargaban por la noche y liberaban el calor por el día. Después Iberdrola quitó la tarifa nocturna, por lo que ya los tengo que poner muy bajos porque los recibos son de más de 200 euros al mes durante todos los meses del año”.
Para reducir el coste de la electricidad, Ana tuvo que bajar la potencia contratada en su casa, y nos cuenta que si enciende el horno tiene que apagar varios radiadores y que se siente como en una trampa, engañada por las eléctricas, pagando un dineral y sin apenas poder disfrutar de la calefacción, por lo que usa estufas de gas auxiliares para calentar rápido la casa. Aunque algo tiene claro, no se va a callar: “Me siento como David que se enfrenta a Goliat, pero no voy a darme por vencida y voy a seguir denunciando esta situación”.
Texto: Conrado García del Vado Fotos: © Greenpeace / Pedro Armestre