Granitos de arena contra el coronavirus

Cuando la desgracia del coronavirus se encontraba en su peor momento, la madrileña calle de nuestro centro de activismo estaba a diario sumida en el silencio. Dentro, sin embargo, muchas personas, pocas palabras y el sonido de varias máquinas de coser colmaron la nave de eco durante tres meses

Voluntarios confeccionando batas para los trabajadores de centros de mayores a partir de pancartas de Greenpeace recicladas

Y es que staff y voluntarios de Greenpeace decidimos convertir míticas pancartas de nuestras acciones en batas protectoras para el personal de centros de mayores, así que nos pusimos a coser y cortar… Era el resultado de dar vueltas a cómo añadir nuestro pequeño granito de arena ante la dramática y urgente crisis que se estaba viviendo por la COVID-19. Queríamos aportar material a la impagable labor que la ONG Médicos sin Fronteras y la organización local Mascarillas Solidarias estaban realizando ya en las residencias de la Comunidad de Madrid.
Aunque no somos una organización humanitaria, la necesidad de ayudar nos llevó a reinventarnos para conseguir hacerlo. Decenas de voluntarios y voluntarias fueron alternándose para que las tres máquinas de costura industriales que tenemos en nuestra nave fluyeran en dos turnos, los siete días de la semana. Otros recogieron tela cortada allí y se la llevaron a sus casas para “teleayudar” y confeccionar batas con sus propiasmáquinas. Logramos hacer más de 300 batas en total, que se distribuían cada tarde al personal de las residencias. Cientos de metros de recuerdos cumplían nuevas funciones y contaban con buenos requisitos: al ser de tela de ripstop, que es resistente e impermeable permitieron producir material reusable con tan solo limpiarlo con agua y jabón.
La oportunidad de aportar algo más nos llegó de la mano de la Red Sierra Norte Acción CV19, que estaban haciendo un fabuloso trabajo de lucha contra la pandemia. Les donamos todos los materiales de seguridad con los que contábamos para realizar acciones: mascarillas, guantes, gafas, trajes impermeables, botas de trabajo y mantas térmicas, y cedimos nuestra impresora 3D para producir viseras-pantalla.
Después la casualidad nos condujo a encontrar otra manera de luchar contra algunas consecuencias de la COVID más desconocidas, las del impacto que el confinamiento estaba dejando en aquellos estudiantes que no tenían ordenador en casa. Una pegatina de Greenpeace en la bicicleta de uno de nuestros compañeros llevó a que Javier, socio de la organización desde hace 30 años, estableciera una conversación, en la que le contó que su participación en una iniciativa vecinal: recogía donaciones de ordenadores obsoletos o en desuso y los acondicionaba para escolares sin dispositivos tecnológicos suficientes para seguir el desarrollo del curso. Así que nos unimos, y el excedente tecnológico con el que contábamos, al que ya le habíamos dado una primera vida en la oficina, pasó a socorrer el curso de diversos jóvenes.
En el mundo poscoronavirus que nos ha tocado vivir ya salimos de nuevo a la calle, nos juntamos otra vez y el encierro se acaba, pero la incertidumbre se queda. Solo el tiempo nos dirá si de esta salimos mejores. Sin embargo, sí o sí, quedémonos con lo que hicimos, establezcámoslo como posible, recordemos las referencias de cuánto se puede llegar a conseguir y, sobre todo, sigamos intentándolo juntos.

Texto: Mónica Ortega Menéndez