Familia Greenpeace

Luís Ferreirim nació en Angola, creció en Portugal y vino a España por amor. Aquí, además, consiguió su trabajo soñado: se incorporó a Greenpeace y se convirtió en responsable de campañas como la de las macrogranjas.

Cumplimos 20 años juntos y lo hemos celebrado con un obsequio: una tarjeta que enviamos a quienes llevan dos décadas acompañándonos.

¿Qué te llevas tras 20 años con Greenpeace?

Para empezar, toda la gente que he conocido, personas buenas y comprometidas de todo el mundo que me han inspirado muchísimo. Y no hablo solo de miembros de Greenpeace, sino también de otros colectivos y gente afectada por problemas ambientales. Gente soñadora, luchadora y muy valiente.

¿Por qué te acercaste a Greenpeace?

En Portugal, ya fui voluntario de organizaciones ecologistas muy representativas, como Quercus o LPN. Una vez, un parque natural pidió ayuda para ir a limpiar. Al llegar, tras un largo recorrido en bicicleta, solo estábamos los organizadores, los guardabosques y yo. Comprendí que es necesario unir fuerzas para generar cambios más importantes. Al incorporarme a Greenpeace, mi sueño se hizo realidad. Podría dedicar todo mi tiempo al ecologismo.

¿Cuál ha sido tu labor en Greenpeace?

Empecé en campañas como las de los transgénicos o los residuos tóxicos. Después pasé a ser responsable de campañas, a favor de la agroecología y de una alimentación sana y sostenible o contra las macrogranjas.

Siempre he trabajado en el ámbito de la agricultura y la naturaleza. Eso me ha inspirado para convertirme en pequeño agricultor ecológico. He aprendido mucho; por ejemplo, con la campaña para salvar a las abejas, mi amor por ellas aumentó aún más. Ahora soy también apicultor ecológico.

Durante estos 20 años en Greenpeace, me han inspirado muchas personas valientes y comprometidas

¿Cómo recuerdas estos 20 años de lucha?

Estamos en una emergencia ambiental de escala planetaria. Retrasamos las respuestas pese a que la comunidad científica nos urge a actuar. Pero soy optimista: la historia nos ha dado una y otra vez la razón. Casi nadie niega ya la situación del planeta y que está en juego nuestra supervivencia. Falta pasar a la acción.

Hemos logrado victorias muy importantes. Pueden parecer gotas en un océano, pero muestran que otro modelo de producción y consumo es posible: uno que trabaje con la naturaleza y no en su contra. Creo que, por eso, la gente ha tomado más consciencia. Lo vemos en muchas campañas, como la de las macrogranjas: la sacamos en 2018 y el apoyo no para de crecer. La gente es imprescindible, porque es la que puede conseguir que la presión ciudadana llegue a los despachos donde se toman las decisiones.

Valle de Odieta, propietaria de la macrogranja de Caparroso (Navarra), te ha demandado por acusarla de vertidos y maltrato y mutilaciones de los animales. ¿Qué supone esto?

A medida que crece el rechazo a las macrogranjas y se evidencia que atentan contra el medio ambiente y el bienestar de los animales, aumenta también la persecución contra quienes alzamos la voz. Pero Valle de Odieta no me callará ni me intimidará. Es más, me da más fuerza para seguir. Sé que hago lo correcto al denunciar cómo la ganadería industrial destruye el planeta. Y también sé que no estoy solo.