Hay que cerrar el gas

Más que nunca, hay que impulsar el fin de la era de los combustibles fósiles, y el mal llamado “gas natural” es uno de ellos. El gas no puede ser la respuesta a nuestra creciente demanda de energía.

Llave del gas con instrucciones de cierre © Estudi Diego Feijóo / Greenpeace

 

El pasado verano fuimos testigos de impactantes y tristes imágenes provocadas por eventos climáticos extremos, como las inundaciones que asolaron el oeste de Alemania, el fuego que diezmó los bosques en España, Grecia, Turquía, Italia e incluso Siberia, o las elevadas temperaturas alcanzadas en Canadá y Estados Unidos. Según apuntó sin medias tintas el sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los gases de efecto invernadero están asfixiando el mundoy muchos de los daños son ya irreversibles. Por eso, más que nunca, hay que impulsar el fin de la era de los combustibles fósiles, y el mal llamado “gas natural” es uno de ellos. El gas no puede ser la respuesta a nuestra creciente demanda de energía. Hay que cerrar el gas.

¿POR QUÉ CONTAMINA EL GAS?

El gas natural es en realidad un gas fósil y la segunda mayor fuente de emisiones de CO2 tanto en España como en Europa, solo por detrás del petróleo. Está compuesto mayoritariamente por metano, un potente gas de efecto invernadero con un potencial de calentamiento global a los veinte años 84 veces superior al del CO2.

Además, el uso del gas también está asociado a la contaminación del aire, ya que su infraestructura de ventilación, quema y fugas permite que los compuestos orgánicos volátiles escapen a la atmósfera. Estos productos químicos no sólo tienen metano, sino también otros contaminantes peligrosos para la salud y para el medio ambiente, como el benceno.

Asimismo, el gas también está asociado a la contaminación por partículas, ya que una vez en la atmósfera, sus contaminantes pueden crear ozono a nivel del suelo y provocar, junto con la contaminación producida por el tráfico rodado, el ‘smog fotoquímico’ responsable de las conocidas boinas de contaminación que, desgraciadamente, se ven a menudo en nuestras ciudades.

LOS COMBUSTIBLES FÓSILES NOS ‘TOXIFICAN’

La quema de carbón, petróleo y gas no es precisamente inocua para el ser humano. Según el mapa elaborado por Greenpeace con la colaboración de su unidad científica en la Universidad de Exeter (Reino Unido), unas 45.000 personas fallecen de manera prematura en España cada año debido al impacto de las partículas finas de los combustibles fósiles. Cifra que asciende a casi nueve millones de personas en todo el mundo.

Las áreas de Barcelona y Madrid son las más afectadas por esta mortalidad, ya que son los mayores núcleos urbanos de nuestro país y, por tanto, concentran la mayor parte del tráfico -ya sea rodado, aéreo o marítimo. El nivel de contaminación de estas grandes urbes hace que en ellas se concentre el 30% de muertes prematuras en España causadas por la polución.

Además, esta contaminación no afecta a todos por igual, sino que se ceba con los colectivos más vulnerables, como los niños y niñas. Según diversos estudios, los colegios son uno de los espacios más afectados por esta polución ambiental, debido a las altas concentraciones de vehículos privados a sus puertas. Las partículas que salen de los tubos de escape pueden afectar al desarrollo físico y cognitivo de la población infantil.

“Es urgente cambiar el modelo de producción y transporte, eliminando de raíz el uso de todos los combustibles fósiles y optando por energías renovables”, advierte Sara del Río, experta en contaminación de nuestra organización.

UNA DAÑINA APUESTA EMPRESARIAL

A pesar de los nefastos efectos sobre el clima y sobre la salud que acabamos de repasar, Greenpeace advierte de que muchas empresas siguen apostando por el gas fósil y buscan la forma de acceder a subvenciones para mantener su negocio contaminante.

Aunque la Agencia Internacional de la Energía ha recomendado acabar con los proyectos con combustibles fósiles, una investigación de la compañía GlobalData publicada en exclusiva por Energy Monitorrevela lo lejos que está la industria del gas del objetivo de cero emisiones fijado para 2050. Y es que, según esta publicación, hay en marcha inversiones globales por valor de al menos dos billones de dólares.

“El gas no es una energía limpia ni de transición en la que se deba seguir invirtiendo. Los gobiernos deben evitar que se asignen fondos que mantengan el gas durante muchos años más. Las energías renovables pueden y deben cubrir todas nuestras necesidades”, advierte Tatiana Nuño, responsable de la campaña de Energía de Greenpeace.

En el caso de nuestro país, hay algunos datos preocupantes:

  • España es el mayor importador de gas natural licuado (GNL) de Europa y el sexto del mundo. Esta fuente de energía tiene también un gran impacto en los derechos sociales, ya que los yacimientos situados en países como Argelia, Qatar o Nigeria suelen estar ligados al expolio de tierras, a la corrupción y a la violencia.
  • España es el país europeo con mayor capacidad de regasificación y Enagás, la Empresa Nacional del Gas, es la compañía con más plantas a nivel mundial. Por cuestiones logísticas, parte del gas se transporta por mar en estado líquido desde los yacimientos a los mercados de consumo y la regasificación es el proceso por el que ese gas licuado se devuelve a su estado natural (gaseoso).
  • Las infraestructuras están sobredimensionadas. Entre 2008 y 2018 se usó tan sólo un 22% de la capacidad de las regasificadoras y, según Enagás, la capacidad media de funcionamiento de las plantas fue inferior al 40%. Pero a pesar de ello, la compañía insiste en resucitar proyectos fantasmas o pedir más infraestructuras para impulsar el uso del hidrógeno, que hoy en día se extrae en su mayor parte del gas o del petróleo.

 

POR QUÉ EL GREENWASHING ES UN PROBLEMA

El creciente interés y la preocupación de la opinión pública ha colocado el cambio climático entre las prioridades de la nueva retórica empresarial. Las empresas saben que ser socialmente consciente vende y que la ciudadanía cada vez está más dispuesta a gastar dinero en marcas consideradas éticas.

Por supuesto que queremos ver un compromiso significativo de las empresas en lo que respecta al medio ambiente, pero ¿qué pasa cuando esos compromisos con el cambio no son reales, sino lavado de imagen?

Un reciente informe de Greenpeace sobre las estrategias de lucha contra el cambio climático de diez empresas “marca España” que se venden como sostenibles (incluidas las energéticas Endesa, Naturgy y Repsol) destapaba que algunas poderosas estrategias de marketing esconden malas prácticas empresariales basadas en trampas y falsas soluciones que no van en la dirección de solucionar la crisis climática.

Este greenwashing empresarial incluye diferentes estrategias:

  • Buenismo corporativo, práctica por la que se suscriben pactos públicamente sin medir los progresos ni cambiar la praxis empresarial.
  • Apelar a la teoría de la neutralidad tecnológica, según la cual todas las tecnologías (como la energía nuclear o el gas fósil) sirven para luchar contra el cambio climático y deben ser tratadas en igualdad de condiciones en los repartos de fondos, incluso las que son importantes fuentes de gases de efecto invernadero.
  • Uso y abuso de los términos eco, bio y verde en productos y servicios, con la finalidad de confundir al consumidor e incrementar los beneficios.
  • Trucar la contabilidad de emisiones de CO2 o falseo de la huella de carbono para salir mejor en la foto.
  • Plantar árboles para “compensar” esas emisiones y anunciarlo, a pesar de que esa es una falsa solución.

Las principales empresas energéticas de combustibles fósiles utilizan el greenwashing para seguir con su actividad contaminante sin perder clientes, con una falsa imagen de sostenibilidad que, a menudo, se apoya en el patrocinio de eventos culturales y deportivos que aún las hace parecer más amables. Pero la realidad es que su actividad perjudica seriamente la salud de las personas y del planeta.

PASAMOS A LA ACCIÓN

Para combatir estas prácticas de greenwashing, pedimos al Gobierno y a la UE acciones decisivas como la prohibición de la publicidad y el patrocinio por parte de la industria de los combustibles fósiles y que se obligue a informar sobre la huella de carbono en toda la cadena de suministro de la empresa.

Para ello, pasamos a la acción y hemos puesto en marcha una Iniciativa Europea Ciudadana (ICE) para que la Comisión Europea esté obligada a responder sobre la petición ciudadana de una ley que prohíba la publicidad y el patrocinio de combustibles fósiles en la Unión.

 

Este mecanismo nos permitirá aunar esfuerzos con los movimientos de base que, a nivel local, ya han conseguido victorias, como es el caso de la ciudad de Ámsterdam. Su Ayuntamiento ha prohibido los anuncios de productos y servicios que funcionan con derivados de combustibles fósiles en las pantallas de las estaciones de metro. La capital de los Países Bajos dice así adiós a los anuncios de vuelos baratos y de vehículos diésel.

Más pasos en esa dirección son posibles y por eso os pedimos que seáis artífices de este cambio. Necesitamos vuestra colaboración para conseguir un millón de firmas en un año e intervenir así en la modificación de unas reglas del juego que nos manipulan y engañan. Porque, mientras la comunidad científica nos advierte constantemente de la gravedad de la crisis climática, los líderes políticos hacen caso omiso y recurren a falsas promesas y cortinas de humo.

Es urgente que tomemos las riendas para acabar con la oscura y mortal era de los combustibles fósiles. Tú también puedes formar parte del cambio. ¡Gracias por firmar y compartir!

FIRMA LA PETICIÓN

Fotos: Pedro Armestre, Martin van Dijl y Bart Hoogveld / Greenpeace