Sequía
algo más que
falta de lluvia

Camiones de abastecimiento, embalses casi vacíos, ríos que ya no existen, lagunas prácticamente secas… Testimonios silenciosos de una sequía que, parece, ha venido para quedarse. Pero, ¿se podría haber evitado?

La pasada primavera fue la más seca desde 1965, un 23% por debajo de la media y las precipitaciones durante el otoño están siendo escasas. Actualmente las reservas de agua embalsada apenas llegan al 37% de su capacidad, y siguen bajando… Tres demarcaciones (Júcar, Segura y Duero) cuentan con un Real Decreto de sequía en vigor, con medidas extraordinarias para paliar la situación y varias cuencas más están en alerta y prealerta. 120 municipios españoles se están abasteciendo con camiones y cisternas, al carecer ya de agua para el consumo.
En un país en el que el 75% del territorio se encuentra en zonas susceptibles de sufrir desertificación y donde las previsiones de la ONU sobre cambio climático alertan de que los periodos secos serán cada vez más intensos y duraderos, la gestión de un bien tan preciado como el agua ha sido deficiente. Se ha caracterizado por la falta de previsión y guiada demasiado a menudo por “sinsentidos” que suponen auténticos derroches, cuyo más reciente ejemplo son los planes de construcción de la “playa artificial más grande de Europa” en Guadalajara.

“La sequía o al menos sus efectos se podrían evitar en gran medida si la administración de nuestros recursos hídricos se hiciera de otra forma. Por ejemplo, hacerlo cuando tenemos agua, parece lo lógico y no cuando han saltado todas las alertas. El problema es que seguimos manejando estos periodos secos con políticas propias del siglo pasado, donde la oferta de agua, por descabellada que sea ha sido cubierta”, denuncia Julio Barea, responsable de la campaña de Agua de Greenpeace.

Para analizar la grave sequía actual de una manera global, Greenpeace elaboró el informe Sequía, algo más que falta de lluvia. Impactos e imágenes. 2017 está siendo uno de los años más secos de las últimas décadas, pero además de la falta de precipitaciones, la organización quiso también poner el foco en que la falta de gestión del agua y el despilfarro son los culpables de la actual escasez del agua y demandar medidas urgentes que prevean y mitiguen sus efectos.

Robo de agua y contaminación de acuíferos

© Pedro Armestre / Greenpeace

Pese al alto riesgo de desertificación y a que la sequía es un fenómeno habitual en España, se ha apostado por una agricultura de regadío, sobredimensionada y no adaptada al clima mediterráneo, que consume casi el 85% del agua, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística. Según el propio Ministerio de Medio Ambiente, en tan solo doce años (2002 a 2014) la superficie de regadío se incrementó en 237.635 hectáreas. Cultivos tradicionalmente de secano (como olivar, almendros o la vid) se han convertido ahora en inmensos consumidores de agua. A los hay que sumar otros nuevos, como el maíz o la alfalfa, que requieren altas y continuas dotaciones de agua.

A esto se suma el continuo robo de caudales que provoca el millón de pozos ilegales reconocidos en 2017 por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. En 2006 ya se extraían ilegalmente del subsuelo el equivalente a lo que consume una población de 58 millones de habitantes.
Greenpeace ha denunciado en numerosas ocasiones cómo la actual política del agua está beneficiando a las grandes empresas y perjudicando a los pequeños agricultores, tal y como documentó recientemente en su informe La trama del agua del Segura.

Otro factor importante es la grave contaminación de las aguas: uno de cada cuatro acuíferos españoles está contaminado, según el Instituto Geológico y Minero de España. Una situación sobre la que las autoridades no están tomando medidas. “Las reservas de agua son y serán clave para la gestión de las sequías, pero en España se prefiere levantar polémicas obras de hormigón. Descontaminar un acuífero es difícil, se debe dejar que se depure. ¿Y nosotros por qué estamos optando ante las sequías? Por sobreexplotar y encima caer en un error: construir presas”, añade Barea.

Esa ha sido hasta ahora la respuesta a la escasez de agua: construcción de grandes obras hidraúlicas como embalses y trasvases. Unas soluciones ineficientes como demuestra el hecho de que España es el país de Europa con más embalses, unos 1.300, que, sin embargo, no han dado respuesta al problema.

Esquilmando la escasez

El desabastecimiento de agua potable está llegando a algunas comarcas ribereñas, como las situadas a orillas de los embalses de Entrepeñas y Buendía, donde varios pueblos han recibido cisternas de de agua para el abastecimiento humano. Los habitantes apuntan a la escasez de agua en los embalses pero también a las continuas derivaciones por el trasvase Tajo-Segura, que hace que la vida en estos pueblos sea difícil y complicada, y que la normalidad cotidiana dependa de si esta vez llegarán a tiempo los camiones cisterna para cubrir los usos básicos de los vecinos.

“Resulta paradójico ver cómo por unas enormes tuberías se llevan millones de litros de agua para abastecer ‘todas’ las necesidades de otras gentes, mientras por otro lado nos traen, en unos camiones cisterna, el agua justa para lavarnos las manos y la cara”, denuncia el alcalde de Sacedón (Guadalajara), Francisco Pérez Torrecilla. “Nuestro problema no es tanto de sequía como de saqueo”.

Impactos globales y poco estudiados

© Pedro Armestre / Greenpeace

Los impactos de la falta de agua son muy variados y complejos. Con importantes efectos sobre la biodiversidad y el medio ambiente, la sequía también provoca enormes pérdidas económicas en sectores como la agricultura y la ganadería, acentúa conflictos sociales, conlleva graves riesgos sanitarios, aumenta la vulnerabilidad ante los incendios forestales y encarece la generación de energía eléctrica.

En lo referente al medio ambiente, los ya maltratados ecosistemas acuáticos son los más afectados por la escasez de precipitaciones. Se ha observado un crecimiento en la mortalidad de los peces, un aumento de especies invasoras y cambios en el número y la composición de las poblaciones marinas.

Además, afecta a la fauna salvaje. Mamíferos, aves y reptiles se ven obligados a desplazarse a otras zonas o reducen su reproducción, entre otras cosas. Aunque todavía faltan muchas investigaciones específicas, organizaciones como el Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (FAPAS) alertan de que “la falta de lluvia en ecosistemas de montaña de alto valor biológico evidentemente pueden generar trastornos de carácter global con grave influencia en la supervivencia de especies salvajes, como el oso pardo”.

La ornitóloga Patricia Orejas, coordinadora del Centro de Recuperación de Rapaces nocturnas (Brinzal), resalta también los impactos sobre las aves: “La escasez de un recurso imprescindible para todos los seres vivos es evidente que tiene que influir, y mucho, a las aves silvestres. El principal efecto es la disminución de la cantidad de alimento disponible que provoca que las aves lleguen a la reproducción en una pobre condición física, lo que se traduce en que en muchas ocasiones ni siquiera logran criar. Si lo consiguen, su progenie se encuentra que las condiciones ambientales en las que tienen que desarrollarse son extremadamente duras y la gran mayoría de las nuevas generaciones de aves no llegará a la edad adulta”.

Además de la fauna y la flora, la sequía también influye en los incendios ya que cuando la vegetación está deshidratada, es más rápido y fácil que arda. Por tanto, en los periodos de sequía, los bosques se enfrentan a los incendios en una situación de máxima vulnerabilidad.

“La sequía es un fenómeno que se ha producido durante decenas de miles de años en la península ibérica y se seguirá produciendo. Es evidente que no podemos hacer que llueva, pero debemos dejar de combatir la sequía simplemente mirando al cielo mientras seguimos haciendo un uso del agua propio del siglo pasado. Es hora de actuar”, concluye Barea.


La pancarta récord contra la mala gestión del agua

© Pedro Armestre / Greenpeace

Embalse de Barrios de Luna (León). Frío, viento y una veintena de activistas desafiando las temperaturas bajo el vendaval que les sacude de un lado a otro del puente, como si fueran un péndulo en vez de experimentados escaladores. No desisten e incansablemente intentan vencer al fuerte aire que ha convertido la pancarta en una descomunal vela, tiran de ella con su propio cuerpo para intentar ponerla vertical, pero no es fácil, algunos cordinos no aguantan y se rompen. Finalmente, tras más de una hora de esfuerzo, los escaladores consiguieron dominar la inmensa pancarta, la más grande que Greenpeace había desplegado nunca en España. Más de 1.500 m2 y 120 kg de tela, 1,5 km de cuerdas, 50 anclajes y más de 200 mosquetones para denunciar q sequía es más que falta de lluvia, también es mala gestión y despilfarro.

Texto: Marta San Román   Fotos: Pedro Armestre