Crónica de una COP anunciada

cumbre del clima

Muchos días antes de que terminara la 25 Cumbre del Clima, ya había quien auguraba el resultado final: un acuerdo pírrico in extremis. Ningún secreto, porque en las últimas COP siempre ha sido así. Sin embargo, hay detalles que no podemos ignorar y que dejan resquicios para el optimismo

La COP25 de Chile celebrada en Madrid comenzó como ha terminado: con las posiciones enfrentadas en dos bloques: de un lado muchos países afectados por la crisis climática, la ciencia y la sociedad civil que reclamaban cambios y de otro las empresas contaminantes y algunos Estados siervos de ellas que piden que los cambios los hagan otros. Y mientras tanto, aunque el reloj sigue avanzando y el deterioro climático con él, la clave está en poner más empeño que nunca para que la sociedad siga exigiendo que se alcancen compromisos de reducción de emisiones más ambiciosos.

Un ejemplo es que, horas antes de que terminara la cumbre, cuando avanzaba el segundo día de la prórroga y las caras de cansancio por la espera eran la tónica predominante, a las puertas de la sala que acogía el plenario, un veterano periodista medioambiental de un diario barcelonés señalaba: “Además de las estrategias calculadas que cada país tenga en esta cumbre, las negociaciones funcionan como cuando éramos niños y dejábamos para última hora estudiar para un examen, aunque al final lo hacíamos”.

Esta visión de las cosas, se puede también aplicar al conjunto de las negociaciones climáticas. En las últimas tres décadas, la ciencia ha ido aumentando la cantidad y calidad de sus advertencias, mientras que las organizaciones ecologistas y la sociedad civil han aumentado el volumen de sus alarmas hasta llegar a un punto en el que ya solo el tecnicismo egoísta de algunos sectores empresariales, con la connivencia de algunos Estados, intentan apurar al máximo el momento de adoptar medidas que saben tendrán que adoptar sí o sí. La cuestión es cuánto le costará al planeta estos retrasos estratégicos tóxicos, cuyos impactos afectarán sin duda más a las personas y países con menos recursos.

“Hay que redefinir los términos de la cop para que no se la apropien quienes menos quieren hacer por el clima”

Al concluir la Cumbre, entre el malestar generalizado por el pobre acuerdo — que debería haber exigido a todos los países presentar en 2020  planes verdaderamente ambiciosos de reducción de emisiones– y la indignación por la incapacidad negociadora de la ministra chilena de Medioambiente y presidenta de la Cumbre, Carolina Schmidt, el jefe de la delegación de Greenpeace Internacional en la Cumbre, Juan Pablo Osornio, comentaba que era necesario “ampliar los foros de debate para que se escuche a la sociedad civil porque la COP, aun siendo imprescindible y necesaria, estaba siendo utilizada como un tablero de ajedrez en el que los Estados más poderosos jugaban tratando de buscar recovecos para ignorar a la ciencia y a la sociedad que salía a la calle”.

El planteamiento lo compartía también Raquel Montón, responsable de Cambio Climático de Greenpeace España: “El problema no es la COP, es más, seguramente los más poderosos serían felices si se la quitaran de enmedio, pero hay que redefinir los términos para que no se la apropien quienes menos quieren hacer por el clima”.

El director de Greenpeace España, Mario Rodríguez, recordaba que, a pesar del decepcionante resultado, había que valorar positivamente dos cosas: que en este año ha habido un punto de inflexión con miles de personas saliendo a la calle con voluntad de quedarse para exigir medidas para salvar el clima, y que finalmente no se salieran con la suya algunos de los países más polémicos de esta COP como Brasil, que querían un mercado de emisiones a su medida, sin respeto a los derechos humanos y la integridad ambiental de los ecosistemas,  para poder vender derechos de emisiones al tiempo que siguen aumentando sus emisiones contaminantes. Sin duda, una COP con un previsible mal resultado pero que ha puesto el cascabel a los responsables. Ahora solo hay que respirar hondo y seguirlos, altavoz en mano, sin descanso.

Texto: Conrado García del Vado   Fotos: Pedro Armestre