Océanos: no nos rendimos

La vida en la Tierra depende de los océanos. Ocupan dos terceras partes del planeta y acogen buena parte de la biodiversidad. Pero el 60% de su extensión son aguas internacionales que no están protegidas. Organizaciones como Greenpeace llevamos décadas luchando para preservarlos, y no nos rendimos.

Si has seguido nuestras redes sociales, habrás visto vídeos y fotos de barcos de Greenpeace lanzando grandes rocas al mar. Hace décadas que llevamos a cabo estas acciones en algunas Áreas Marinas Protegidas.

¿Por qué tiramos rocas al mar?

Porque es una fórmula muy efectiva de blindar de manera inmediata y segura el fondo marino frente a los grandes buques que practican pesca de arrastre. Así, sus redes no pueden arrasar el lecho marino y toda la biodiversidad que contiene.

De cara a este pequeño gran gesto (que es totalmente legal), nos informamos para que el lugar donde lanzamos las rocas garantice la eficacia de la acción; además, comunicamos su ubicación exacta, con el fin de que los buques sepan dónde están y no se acerquen. En todo caso, no deberían faenar en esas áreas, que están protegidas. Pero lo hacen. Solo en los últimos 18 meses, los barcos de pesca industrial han pasado 19.000 horas en el Área Marina Protegida de Cornualles, en Reino Unido.

No pararemos de lanzar estas rocas al mar, para disuadir a los arrastreros y evitar que acaben con las poblaciones de peces, corales e invertebrados. Lanzaremos estas moles hasta que nuestros mares estén seguros y protegidos. No obstante, esa protección no llegará hasta que no haya un compromiso global, que implique a todos los países del mundo.

Ese compromiso era el que se intentó conseguir el pasado agosto en la sede de la ONU en Nueva York. Sin embargo, las negociaciones no llegaron a buen puerto. Se aplazaron debido a las discrepancias y se espera que se retomen lo antes posible, como muy tarde, en la primavera de 2023. “El tiempo se agota y la falta de un tratado pone en peligro los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria de miles de millones de personas en todo el mundo”, alerta Pilar Marcos, responsable de la Campaña de Océanos de Greenpeace.

A pesar de que los mandatarios políticos no se hayan puesto de acuerdo, quienes nos preocupamos por nuestros océanos no vamos a rendirnos. En todo el mundo, cinco millones de personas concienciadas han apoyado ya, con su firma, nuestra petición en defensa de un Tratado de los Océanos. No pararemos hasta que nos escuchen. Seguiremos luchando por proteger esos ecosistemas y toda la vida que acogen.

¿Por qué protegemos los océanos?

Los océanos ocupan dos terceras partes del planeta y representan el 97% de su agua. Sus grandes dimensiones los convierten en un gran aliado para mantener y alimentar la vida, la que se halla tanto dentro como fuera de ellos.

Para empezar, nos permiten respirar. Y es que el mayor pulmón del mundo no es el Amazonas, sino los océanos: gracias al fitoplancton, producen entre el 50 y el 85% de oxígeno que se libera. Además, absorben grandes cantidades de dióxido de carbono, lo que reduce considerablemente los gases de efecto invernadero.

Otra de las proezas de los océanos es que actúan como reguladores de la temperatura. Tanto es así que han absorbido el 93% del calor extra producido por los seres humanos desde los años 70 del siglo XX. Y no olvidemos que son el hogar de muchísimas especies animales. Por todo ello, la subsistencia alimentaria de más de 3.000 millones de personas depende de los océanos y de la biodiversidad que en ellos reside.

¿Por qué no ha prosperado el Tratado?

Consciente de la gran importancia climática de los océanos, la ONU puso en marcha la Conferencia Intergubernamental para la Conservación y Uso Sostenible de la Biodiversidad Marina en Aguas Más Allá de la Jurisdicción Nacional, nombre oficial de las reuniones para conseguir un Tratado de los Océanos que, entre otras cosas, busca proteger el 30% de la superficie de las aguas internacionales de aquí a 2030.

Las conversaciones comenzaron en 2006 y, pasados 16 años, todavía no se ha llegado a un consenso. La ONU justifica estas lentas negociaciones (que Greta Thunberg definió como “bla, bla, bla”) asegurando que se necesita un acuerdo sin fisuras de los 168 países participantes.

¿Pero por qué no se ha conseguido todavía? Hay diversos puntos de desencuentro. Uno de ellos se relaciona con las evaluaciones de impacto ambiental. Actualmente no existe ninguna autoridad competente para vigilar el estado de las aguas internacionales. De instaurarse, estos controles podrían impactar en actividades económicas muy beneficiosas para la economía de algunos países (como la pesca o la búsqueda de petróleo en el fondo marino). En España, nuestra presión ha facilitado una postura muy progresista del Gobierno, que ha pasado de defender los intereses de la industria pesquera a apoyar un Tratado sin fisuras que permita la protección de al menos ese 30% para 2030.

Otro de los escollos para llegar a un acuerdo se encuentra en el fondo del mar, concretamente en los recursos genéticos que se pueden obtener de diversas formas de vida. Las características de algunos animales los hacen interesantísimos para la ciencia y abren esperanzas muy prometedoras para la salud humana.

Estos descubrimientos, que podrían beneficiar a toda la humanidad, se convertirán en un bien de mercado muy preciado si acaban en manos de una empresa farmacéutica que haga negocio con ellos, sin contar con las dificultades de acceso a medicamentos o tratamientos si tales hallazgos científicos son privatizados por una sola compañía.

En efecto, según publicábamos en nuestro informe 30×30: Guía para la protección de los océanos, en 2019, el 47% de todas las patentes sobre recursos genéticos marinos pertenecían a la misma empresa: la alemana BASF. El Tratado pretende evitar este escenario. Y uno de los puntos más discutidos se refiere precisamente al reparto de los beneficios que puedan derivarse de la explotación de los recursos genéticos de los océanos.

Es decir, los principales problemas con los que se está encontrando la ONU para aprobar el Tratado están relacionados con cuestiones económicas y, en palabras de Pilar Marcos, con “la codicia de países y empresas que ponen los beneficios económicos por delante de la emergencia climática” y consideran que los océanos no son más que “despensas”.

¿De qué los protegemos?

Dos tercios de los mares y océanos son aguas internacionales, cuya biodiversidad no goza de una protección regulada. La pesca insostenible e ilegal, la minería submarina, el tráfico marítimo, la contaminación y los efectos del cambio climático llevan décadas amenazando gravemente a nuestro medio marino.

Las consecuencias ya se están viendo. Por ejemplo, un 90% de las poblaciones de peces evaluadas en el Mediterráneo están sobreexplotadas y un 58% de las mundiales están plenamente explotadas. De hecho, hay más de 100 especies marinas en peligro de extinción debido a la pesca sin regular; una de las más amenazadas es el tiburón, cuya población se ha reducido en un 70% en los últimos 50 años.

Más allá de amenazar la supervivencia de muchas formas de vida, la pesca también tiene otras consecuencias, como la contaminación que dejan los cargueros. Sin ir más lejos, Gibraltar, con sus precios reducidos de carburante, es la gasolinera low cost para miles de buques. Esto pone en peligro muchísimas especies y ecosistemas que, en caso de vertido, quedarían destruidas. ¡Cómo olvidar el Prestige y las consecuencias que tuvo para las costas españolas!

Y el problema con los combustibles no acaba ahí: ante la crisis energética global, muchas compañías y países están planteándose enviar maquinaria monstruosa al fondo de nuestros mares para extraer gas, metales y minerales. Estas acciones, afortunadamente, todavía no se han llevado a cabo, aunque ya se están realizando las primeras pruebas, especialmente en el Pacífico –tal y como ha presenciado Greenpeace–, y esta actividad podría dar comienzo en dos años. 

Ya existen numerosos gasoductos como el Nord, los del mar de Alborán o el Blue Stream, que conectan diversos países para transportar el gas. Además, hay más de 1.000 millones de metros de cables submarinos, que conectan todo el planeta a internet. “Remover y arrasar el fondo del mar con gigantescas máquinas es muy mala idea”, dice Pilar Marcos, quien alerta de los riesgos que esto supone para los ecosistemas marinos.

Los plásticos son otro gran enemigo de los mares. Cada año, llegan a los mares y océanos ocho millones de toneladas de basura al año: podríamos cubrir con ellos 34 veces la isla de Manhattan. Los plásticos que acaban en los océanos son responsables de la muerte, por asfixia, ingesta o laceraciones, de más de 100.000 especies marinas al año.

La calidad del agua está disminuyendo y no solo debido a la contaminación que se lanza a las aguas, sino también por culpa de la que hay en el aire. Las emisiones de CO₂ derivadas de la acción humana están provocando niveles de acidificación del agua nunca vistos. Esto supone que el pH baja y que la supervivencia de muchas especies puede quedar en entredicho; tal es el caso del plancton, que absorbe toneladas de dióxido de carbono.

La acción humana está afectando mucho a la vida en los océanos: la contaminación o la urbanización masiva de las costas son prácticas que ponen en peligro una de nuestras fuentes de vida. Por eso es imprescindible que no cejemos en nuestro empeño por protegerlos. Porque de ellos depende toda la vida del planeta. 

 

Texto: Sandra Vicente, periodista