Voluntariado: Nuestras manos, nuestra voz, nuestra fuerza
La guerra en Ucrania ha irrumpido en nuestras vidas cuando todavía estamos sufriendo los efectos de una pandemia que nos ha colocado frente a situaciones complicadas que nunca habíamos vivido.
La COVID-19 nos llevó a un aislamiento forzoso y esto desmovilizó a la ciudadanía. En estos dos años, hemos visto, más que nunca, la importancia de los lazos, del cuidado, del acompañamiento a quienes sufren; es la confirmación de que, juntas, las personas podemos alcanzar nuestros objetivos y solas nos quedamos a medio camino.
En este contexto de crisis e incertidumbre, el voluntariado es un pilar básico para mantenernos fuertes y resilientes ante la adversidad. Ellas y ellos protagonizarán los retos que nuestra organización tiene por delante.
¡Estamos en marcha!
Vivimos un momento trascendental para la humanidad, en el que urge un cambio de sistema económico y social para garantizar la supervivencia del planeta. Hay que darle la vuelta y, para ello, Greenpeace se plantea tres retos:
1 ) No superar el umbral de 1,5 ºC y revertir la crisis de biodiversidad sin dejar a nadie atrás
Estamos en una emergencia climática que requiere actuación inmediata para evitar consecuencias devastadoras. Algunas ya son visibles. En 2020, hubo casi 31 millones de desplazamientos por fenómenos climáticos. No hay tiempo que perder. Es el momento de impedir que la temperatura global aumente en más de 1,5 grados –el umbral establecido en el Acuerdo de París– y de revertir la crisis de biodiversidad.
La ciudadanía tiene la llave de la transición energética y económica hacia un modelo totalmente renovable, eficiente, inteligente e inclusivo, sin combustibles fósiles ni energía nuclear. Ese es el punto de partida para un cambio de orden mundial comprometido con la salud del planeta. Un cambio de orden mundial cuya necesidad se ha hecho aún más evidente por la guerra en el este de Europa: los combustibles fósiles no solo ponen en peligro el medio ambiente, sino también la paz mundial.
Para lograr esa transición, tenemos que adoptar hábitos que defiendan la biodiversidad y que promuevan la economía local y de proximidad. Estos cambios estructurales deben ir acompañados de un nuevo modelo de sociedad, más comprometida con la justicia ambiental, la paz y la salvaguarda de los derechos humanos.
2) Activar al menos al 3,5% de la población
Para darle la vuelta al sistema, necesitamos una comunidad de acción fuerte, que se movilice por el cambio e impulse a otras personas a hacerlo. En Greenpeace, encontramos inspiración en el trabajo de la politóloga Erica Chenoweth, quien, a partir del análisis de cientos de campañas del siglo pasado, descubrió que la desobediencia civil es la forma más eficiente de lograr cambios y que las protestas no violentas que involucran a un umbral del 3,5% de la población en momentos clave nunca han dejado de generar cambios.
Aunque muchas personas se definen como apolíticas, debemos ser conscientes de que la política es la vida. Nuestros actos y decisiones son políticos y nuestro poder como personas consumidoras y ciudadanas es enorme. Cómo nos movemos –en coche particular o en transporte público–, si elegimos o no sostenibilidad en la ropa que vestimos…: todo lo que hacemos deja huella, al igual que las decisiones que tomamos o lo que exigimos a los Gobiernos. Necesitamos una comunidad de acción política consciente y organizada para impulsar ese ineludible cambio de modelo.
3) Construir una cultura más colaborativa, inclusiva, justa y equitativa
Tenemos que pensar en nuevas formas de organizarnos, de trabajar en común, de remar en la misma dirección por un mundo verde y en paz, justo y que no deje a nadie atrás.
Todas las personas tenemos aptitudes valiosas y debemos unirlas para crear una masa crítica que se enfrente a la injusticia y a los modelos depredadores que nos conducen al colapso planetario. En este momento de emergencia, más que nunca, tenemos que movilizarnos de una manera coordinada para llegar a ese sistema más respetuoso con el planeta.
La relevancia del voluntariado
Si hay una pieza fundamental en el camino para alcanzar estos retos de Greenpeace, es el voluntariado. Con su tiempo, su energía, su responsabilidad y los riesgos que asumen, las personas voluntarias se entregan a la organización y son las pioneras del cambio.
El voluntariado inspira a quien observa, informa, sensibiliza, denuncia, sueña y materializa los cambios. Cada persona contribuye a la consecución del reto, ya que muchas de las grandes revoluciones se han producido gracias a la suma de pequeños actos valientes que han hecho tambalear los cimientos del sistema.
Sin las personas voluntarias, no podríamos materializar las campañas globales en el ámbito local. Son las manos, la voz y los oídos de nuestra organización en unas treinta ciudades; y desde la cercanía que da estar sobre el terreno, llevan a cabo campañas de sensibilización, trabajos de educación, actividades de calle o diseño de proyectos territoriales. Son el enlace con otros movimientos y multiplican el trabajo de Greenpeace para llegar a más gente.
Esta labor de entrega puede tener distintos grados de compromiso. Y dentro de esa diversidad, Greenpeace reconoce también el coraje de las personas con un perfil más activista: las que ponen su cuerpo y su libertad al servicio del planeta y de la paz. La desobediencia y la acción directa no violenta son fundamentales. Es por ello que, desde la Escuela de Activismo, ofrecemos las herramientas necesarias para potenciar este último, por ejemplo, formaciones que fortalezcan la organización colectiva de los movimientos que luchan desde una óptica de justicia social y climática; la Escuela también favorece sinergias entre tales movimientos y construye colectivamente las alternativas necesarias para darle la vuelta al sistema
Texto: Graciela Rodríguez, periodista Fotos: Maria Feck