Entrevista a José Manuel Marraco, abogado de Greenpeace

Hablar con él es sentir el latido del Greenpeace más activista.

José Manuel Marraco, abogado defensor de sus activistas desde hace 32 años, exhibe tanto sentido del humor como pasión por su trabajo. Sus palabras son puro reconocimiento a las personas que se implican en la defensa de los derechos. 

 

¿Qué tienes ahora mismo sobre la mesa?

Un montón de activistas que me llaman, siempre con cariño, y dos juicios que me preocupan. El primero, en Barakaldo, por una acción en el puerto de Bilbao con la que Greenpeace pretendía impedir el envío de armas a la guerra de Yemen. Cuatro activistas alemanes se enfrentan a tres años y medio de cárcel. Y el otro, por una pintada en el Algarrobico, ese edificio declarado ilegal en 17 sentencias. La presunción de inocencia es un derecho que hay que seguir reivindicando.

¿Qué representan estos dos casos para Greenpeace?
Lo que siempre ha representado Greenpeace: la defensa de la naturaleza y el medio ambiente, que no pueden defenderse; ser la voz de los sin voz.

¿Por qué es diferente saltarse la ley si lo hacen activistas de Greenpeace?
Nosotros no nos saltamos la ley, lo que queremos es mejorarla. Hacemos uso de los derechos. Como decía un compañero abogado, los derechos son como un acordeón: hay que estirarlos y encogerlos porque, si no, se secan. El medio ambiente también necesita justicia.  

Si pudieras conseguir un cambio legal por decreto, ¿cuál sería?
Que el derecho al medio ambiente, que en este momento es un principio rector en la Constitución, sea un derecho fundamental. Y pediría más medios para la Administración de Justicia.

 

«Hay que mantener la reivindicación porque, gracias a ella, las sociedades avanzan»

 

¿Qué ofensa ambiental te ha indignado más?
Me dolió mucho, por ejemplo, el vertido de las balsas de Boliden en Doñana. Y hoy, sobre todo, me acuerdo de las víctimas de Fukushima, Chernóbil y demás desastres ambientales. También de las personas que se han dejado la vida en la defensa de los derechos. No salen gratis, los derechos.

¿Crees que el conformismo nos resta vida?
Hay que mantener la reivindicación porque, gracias a ella, las sociedades avanzan.

¿Tienes alguna creencia inamovible?
Creo en la buena gente. Lo primero es ser buena persona, el resto se va aprendiendo.

En 2019 recibiste el premio Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía por defender el medio ambiente y a Greenpeace. ¿Qué significó para ti?
Una sorpresa, una emoción. Me acordé mucho de mis padres, de todos los que no están y sobre todo de todos los que defiendo. Como le dije una vez al juez en un caso de Greenpeace: “Detrás de esta toga van más de 100.000 socios, pero esté tranquilo que hoy no vienen todos”. [risas]

También es justo homenajear a todos los abogados que me han acompañado en la defensa de los activistas. Como Casañ en Valencia o Quintana en Canarias, que estaba en una boda y se la perdió por asistir a unos activistas.

 ¿En qué te refugias cuando pierdes un juicio?
Todavía me emociono en los juicios, de alegría y de tristeza. Pero siempre miro hacia el futuro. Me refugio en el ejemplo de tanta gente sencilla y anónima que, comprometida con infinidad de cosas, no se da ninguna importancia.

¿Qué piropo como abogado te ha llegado más hondo?
Como me dijo Manuel Rivas en ese artículo tan bonito que me escribió, una de las cosas más importantes es el abrazo del inocente. Cuando alguien que es inocente se puede estar jugando la vida por algo en lo que no ha tenido nada que ver.

Termina esta frase: los socios y socias de Greenpeace son…
Todo. Los llevo detrás de mi toga, siempre lo digo. Ahora, como llevo tantos, tengo mucha responsabilidad. Esta asociación tiene la fuerza de la gente que cree en ella, además de su independencia económica, ya que no recibe más dinero que el de los socios. Eso es lo que me da fuerza, con los años que llevo, para seguir tirando adelante.

 

 

Texto: Edurne Rubio   Fotos: Alberto Carrasco / Greenpeace