20 años del Prestige

Cuando se cumplen 20 años del desastre del Prestige, Pedro Armestre, fotógrafo de Greenpeace, nos cuenta cómo recuerda aquellos momentos.

Aquel recuerdo, siempre recurrente, es más bien una pesadilla, aunque me siento más alma de sueños. Olvidar nos arrastra a tropezar de nuevo con la misma piedra, a caer una vez más en nuestra propia trampa, que permanece ante y entre nosotros, más peligrosa y amplia si cabe. 

Han pasado 20 años del naufragio, hundimiento y vertido del fuel que albergaba el Prestige. Paradójico nombre para el protagonista de la catástrofe medioambiental más grande que se ha producido en la península. Y podría repetirse de nuevo, en cualquier momento, en cualquier lugar. No hacemos nada para evitarlo, ni el suficiente ruido, y ruido se ha hecho mucho. Desde Greenpeace, continuamente. Las palabras vuelan y los hechos no cambian. Siempre en pro del desarrollo, el mismo que nos enferma.

Observamos la costa, aparentemente recuperada; sentimos haber despertado de la pesadilla, cuando vivimos un espejismo.

Cada día, 14.000 buques con mercancías peligrosas navegan sin descanso las rutas marítimas. Los fondos oceánicos se encuentran infectados y presionados por toneladas de residuos, muchos de ellos derivados de un petróleo transformado en plástico, bendecido por un modelo de consumo impuesto, en constante crecimiento y que, ante un desastre, encuentra siempre una oportunidad de negocio para proclamarse salvador de la desdicha.

Entre playas y acantilados, la arena alberga millones de microplásticos, que ya han entrado en la cadena alimenticia y lentamente van ocupando posiciones destacadas dentro de los organismos vivos, en cada uno de nosotros. Incluso dentro de las personas que han modificado sus hábitos por conciencia y consciencia. Envenenan lentamente cuerpo y alma. Eso, descubierto, analizado, estudiado y refrendado por la ciencia, debería ser delito de lesa humanidad. Si uno lee su definición, confirma que así se encuentra tipificado y debemos denunciarlo.

Es evidente que el uso de combustibles fósiles ha permitido avances nunca imaginados desde mediados del siglos xx. Ya en eI xxi, y tras descubrir que esa evolución ha generado también más desigualdad, así como problemas sociales y medioambientales, nuestro deber es abandonarlos, sustituirlos por fuentes energéticas adecuadas para la preservación de los ecosistemas que albergan hábitats donde también se encuentra la especie humana, la única que ha olvidado, por gracia de su inteligencia, su condición animal. Y ese despiste deliberado contribuye a expulsarnos del planeta.

A mí, como animal que soy, con una huella incapaz de eliminar, aunque la minimizo caminando de puntillas, me resulta prepotente pensar que, entre todos, y con más ahínco quienes hemos nacido en los países ya industrializados y supuestamente “desarrollados”, estamos degradando tanto nuestro hábitat, el planeta, que el espacio se convierte en insalubre para la vida. Somos minúsculos para tal fin. Múltiples especies se extinguen y la nuestra será una más. El planeta continuará sin nosotros y, como en la ley de la selva, solo los más fuertes habitarán en él. Pensemos en ellos, por encima de todo, aunque sea por un deseo de permanencia. 

 

Texto: Pedro Armestre, fotógrafo   Fotos: Pedro Armestre