La indiferencia mata

El mensaje más importante en la desesperante cumbre de Glasgow, la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP26) del pasado noviembre, fue la respuesta espontánea de la gente ante tanta retórica vacía: un irónico "¡Bla, bla, bla!"

Manuel Rivas, escritor © Juan Navarro / Greenpeace

El oficio más antiguo del mundo no es la prostitución, como dicen los estúpidos. No. El oficio más antiguo del mundo es mirar hacia otro lado. Pero vivimos en un tiempo en el que, mires hacia donde mires, no puedes dejar de oír la llamada de socorro de la Tierra. Ante la emergencia de un naufragio inminente, la máxima alerta es el ¡Mayday, mayday, mayday! Esta es una época de un Mayday planetario.

Hay quien finge no oírlo o quien rebaja la gravedad de la emergencia. Pero ese negacionismo no hace más que confirmar la urgencia de la alerta. Es el tufo propio de las emisiones del pensamiento fósil. Ya se les han pasado los 15 minutos de gloria a los chiflados, aunque siempre habrá hipócritas o estafadores disponibles para desplegar armas de distracción masiva. Los informes de la comunidad científica internacional ya no dejan lugar para la indiferencia. Me viene a la memoria, para sacudirla, un verso de Lois Pereiro: “La indiferencia mata”. Y eso es lo que dicen esos informes. Ya no es momento de enviar de vacaciones a la conciencia.

La verdad puede enfermar, pero no muere. Siempre acaba por emerger. Es un principio poético. En su etimología griega, poesía significa “acción”.
El poema es una acción del lenguaje para dar a luz. Para ver lo que está oculto o no está bien visto. Es también un principio ecológico. Hace cincuenta años, la verdad tomó la forma de un barco. Después de muchos esfuerzos, con el viento del poder en contra, esa embarcación consiguió salir de la bahía de Vancouver, en Canadá, rumbo al archipiélago de Amchitka.

La tripulación acordó ponerle de nombre “Greenpeace. Esa navegación era también un manifiesto poético, un activismo del lenguaje contra la ocultación y la mentira. Alguien había marcado en un mapa el destino de aquel lugar de Alaska: ser una naturaleza sacrificada para pruebas nucleares. Greenpeace dio a conocer al mundo aquel crimen, nació de una odisea por la verdad. Una odisea que entrelazaba para siempre la acción pacífica, la defensa de la naturaleza y la información veraz. Demasiado para quienes mueven los hilos en la sombra.

En 1985, los servicios secretos franceses hundieron con explosivos otro barco de Greenpeace, el Rainbow Warrior, cuando se dirigía a denunciar las pruebas nucleares en Mururoa, en el Pacífico. Un crimen de terrorismo de Estado en el que perdió la vida Fernando Pereira. La fotografía era su forma de activismo: dar a luz lo tapado, lo oculto. Y también hacer visible lo que está bien visto: la protesta por no aceptar lo inaceptable.

Hoy en día, en la era Mayday, cuando es el entero planeta el que está en prueba, cuando la naturaleza está sometida a una guerra de expolio, cuando se han traspasado los límites del envenenamiento de la atmósfera, la forma más extendida de ocultación es la apropiación del lenguaje y el lavado de imagen. Se multiplican los máster y la demanda de expertos en greenwashing, pintar de verde lo infumable. O ya directamente en ODSwashing (lavado de Objetivos de Sostenibilidad), para obtener subvenciones y ayudas contribuyendo… A joder el mundo.

Por todo esto, salvar el planeta y detener la guerra contra la naturaleza, comienza por salvar el sentido de las palabras en medio de la cháchara. Ser radicales, ir a la raíz, en el activismo ecológico del lenguaje. Navegar de verdad frente al bla, bla, bla.

Texto: Manuel Rivas, periodista y escritor. Lleva toda su vida ligado al ecologismo en nuestro país, fue uno de los fundadores de Greenpeace España en 1984 y uno de los organizadores de Nunca mais.   Fotos: Juan Navarro / Greenpeace