Cenizas que siguen arrasando

Ilustración que representa las medidas que realmente funcionan en la prevención de incendios. © Paula Navarro

¿Qué recuerdas del verano de 2025? Más allá de las vacaciones y demás vivencias personales, seguro que mediáticamente lo recordarás como el verano de los incendios. No era para menos; grandes incendios forestales, algunos de decenas de miles de hectáreas, devoraban bosques, matorrales, cultivos y casas a lo largo y ancho del país, llevándose a su paso incluso vidas humanas. No había boletín de noticias en radio, televisión, diario o web de actualidad que no se hiciera eco de la alarmante situación. Pero, una vez extinguidos, los incendios desaparecieron de forma instantánea de los informativos, como si sus consecuencias se hubieran apagado también con la última llama.  

Lejos de ser así, el fuego ha dejado numerosas huellas, algunas muy evidentes y otras no tanto. Es el caso de las cenizas, que pueden provocar una contaminación silenciosa pero profunda. Además de estos residuos, las lluvias otoñales movilizan también metales pesados y otros compuestos contaminantes desprendidos durante los incendios. Un material que viaja hasta alcanzar cursos superficiales y aguas subterráneas, alterando su calidad, dificultando la potabilización y poniendo en riesgo el abastecimiento.

Según datos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), más de 900.000 hectáreas de masas de agua subterránea han sufrido impactos derivados del fuego en las últimas dos décadas. El balance económico y ambiental supera los 43 millones de euros, y las demarcaciones del Miño-Sil, Duero y Galicia Costa figuran entre las más vulnerables. Los incendios del verano han provocado que en numerosas localidades de Galicia, Castilla y León y Extremadura se hayan registrado problemas de turbidez del agua e incluso restricciones de consumo. Y como en tantas otras ocasiones, la respuesta institucional está siendo lenta e insuficiente. 

A estos problemas hay que sumar el hecho de que los incendios alteran las propiedades físicas y químicas del suelo, generando procesos de hidrofobicidad o repelencia al agua, lo que supone menor infiltración y, por ende, menor recarga de acuíferos, aumento de la escorrentía superficial y, como consecuencia, el riesgo de erosión del suelo fértil. 

ilustracion que muestra la tierra antes del incendio En CONDICIONES NORMALES, la lluvia se filtra en el suelo y recarga los acuíferos
En CONDICIONES NORMALES, la lluvia se filtra en el suelo y recarga los acuíferos.
ilustracion que muestra En CONDICIONES POSINCIENCIO, las cenizas compactan el suelo, se genera un efecto de impermeabilidad que hace que la lluvia no penetre (hidrofobia) en el suelo, y que esta escurra (escorrentía) arrastrando suelo fértil y agua.
En CONDICIONES POSINCIENCIO, las cenizas compactan el suelo, se genera un efecto de impermeabilidad que hace que la lluvia no penetre (hidrofobia) en el suelo, y que esta escurra (escorrentía) arrastrando suelo fértil y agua.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por todas esas razones, desde Greenpeace planteamos medidas urgentes con las que tratar de evitar un desastre hídrico a medio y largo plazo. Medidas que pasan por:

  • Integrar la protección del agua, superficial y subterránea, en las políticas posincendio.
  • Activar planes de emergencia hidrológica en zonas afectadas.
  • Reforzar las redes de control de calidad y piezometría. 
  • Establecer protocolos de coordinación claros entre Administraciones y evitar el caos competencial que se vivió durante el pasado verano. 
  • Incluir el riesgo de incendios en la planificación hidrológica a escala nacional, prestando especial atención a los acuíferos estratégicos.

Porque, como explica Mónica Parrilla de Diego, la responsable de incendios de Greenpeace España, «la emergencia no termina cuando se apagan los incendios. Sin actuaciones posincendio para estabilizar el suelo y proteger los recursos hídricos, estamos sembrando nuevas crisis ecológicas y sociales».

«Sin actuaciones posincendio para estabilizar el suelo y proteger los recursos hídricos, estamos sembrando nuevas crisis ecológicas y sociales».

Todo lo que casi nunca se hace cuando no hay fuego

El invierno es, paradójicamente, la estación clave para evitar incendios. No se apagan en julio, se previenen entre noviembre y marzo. Aquí van las medidas que realmente funcionan (y no se improvisan con helicópteros).

  1. Limpiar no es deforestar, es cuidar

El invierno es la época ideal para retirar ramas, matorrales y biomasa seca. Esa basura verde es el combustible del verano. Convertirla en compost o biomasa energética evita incendios… y crea empleo local.

  1. El fuego bueno evita el fuego malo

Las quemas controladas no son un peligro, son una herramienta. Bien hechas por equipos técnicos, reducen combustible vegetal y devuelven nutrientes al suelo. El fuego también puede ser medicina, no solo enfermedad.

  1. Pastores contra incendios

Las cabras, ovejas y vacas son las mejores brigadas forestales. Mantienen limpio el monte de forma natural. Apoyar la ganadería extensiva es una política de prevención, no de nostalgia.

  1. Pueblos vivos, montes seguros

La despoblación multiplica el riesgo. Cuantos menos ojos cuidan el entorno, más rápido avanza el fuego. Incentivar el regreso al medio rural no es solo una cuestión social, es una estrategia antiincendios.

  1. Planificar en frío

El invierno es el momento de diseñar planes forestales, revisar cortafuegos, abrir caminos y coordinar emergencias. No se improvisa con el fuego encima. Cada plan hecho en enero evita un caos en agosto.

  1. Educación desde la raíz

Enseñar a niños y adultos a respetar el entorno y a entender cómo funciona un bosque es la mejor vacuna. El 90 % de los incendios tienen origen humano. La prevención empieza con cultura ecológica, no con sirenas.

  1. Tecnología al servicio del monte

Drones, satélites, sensores de humedad, inteligencia artificial… sí, todo eso puede ayudar. Pero solo si se combina con conocimiento local. La innovación más efectiva sigue siendo una mirada atenta y un vecino implicado.

  1. Restaurar el paisaje

Los monocultivos de pino o eucalipto son mechas perfectas. La diversidad vegetal actúa como cortafuegos natural. Reforestar con especies autóctonas y mosaicos agrícolas es invertir en resiliencia, no solo en árboles.

  1. El agua también apaga antes de arder

Un suelo vivo, con humedales, riberas y bancales restaurados, retiene humedad y frena el fuego. Cuidar el agua es cuidar la tierra. Y una tierra sana arde menos.

  1. Cambiar el relato del fuego

Los incendios no son catástrofes naturales, son consecuencias. De abandono, de recortes, de olvido. No hay temporada de incendios, hay 365 días para prevenirlos. Si entendemos eso, el verano solo será verano.

Texto: Ximena Arnau   Fotos: Ilustraciones Paula Navarro.