Activismo juvenil, un paso más allá de vivir consecuentemente

Que si son pasivos, que si todo les da igual… Este es el retrato poco halagador que hacen muchas personas adultas de la juventud de hoy. Y desde luego que hay una buena parte de jóvenes que son así, pero también hay un nutrido grupo de ellos que rompen con ese cliché.

Según Miguel García Blanco, coordinador de la Escuela de Activismo de Greenpeace, aunque el covid supuso un parón del que está costando reponerse, el movimiento juvenil ecologista ha ido creciendo exponencialmente en la última década. Las actividades y encuentros internacionales que se impulsan desde la Escuela de Activismo «están promoviendo una red cada vez más joven y comprometida con los principios de justicia ecosocial (ecologista, antirracista y decolonial, feminista, etc.)».

La red de voluntariado de Greenpeace es bastante heterogénea en edad y según García Blanco, aproximadamente una tercera parte de su voluntariado está formado por personas menores de 30 años. «La característica principal de nuestros jóvenes es que son personas cualificadas muy comprometidas con temas de paz y medioambiente, pero también con otras cuestiones sociales»; cuestiones como «el genocidio del pueblo palestino y el cambio de visión que traen los ecofeminismos, que ocupa una de las referencias centrales a nivel narrativo, de herramientas y de paradigma. Igualmente, hay una fuerte sensibilización y predisposición a trabajar en problemáticas territoriales y en alianzas».

Desde Greenpeace se están impulsando muchos espacios de formación para el activismo vinculados a herramientas artísticas, creativas y de desobediencia civil más inclusivas y diversas, «algunos de los cuales están siendo liderados por ellas mismas», confirma el coordinador de la Escuela de Activismo.

Adec y Carlota son dos ejemplos de jóvenes preocupados por su entorno y con ganas de cambiar las cosas. Para ellos no bastaba con afiliarse a Greenpeace como una manera de pelear por esos cambios, necesitaban dar un paso más. Y ese paso era el activismo.

A Adec (26 años), granadino de corazón y de adopción, los temas sociales y ambientales siempre le han preocupado e interesado, lo que le llevó a trabajar con distintas entidades. A Greenpeace llegó en 2023, cuando los conoció en la cumbre social que tuvo lugar en Granada aquel año y le invitaron a participar en una de sus acciones. En ese momento sintió que la manera de actuar de Greenpeace conectaba mucho más con él y con sus valores que otros colectivos. Fue a partir de ese momento cuando decidió involucrarse al máximo con ellos. Carlota (28 años) es asturiana y se asoció a Greenpeace con 19 años. Estudió diseño gráfico y hoy se dedica a la pintura, y desde ahí, desde el arte, es desde donde le gustaría ejercer el activismo.

Activista en un encuentro de la escuela de activismo de Greenpeace en Burgos
© Greenpeace

Al contrario que su compañero Adec, Carlota se está iniciando en el activismo y apenas ha empezado a participar en algunas acciones. Haber asistido a encuentros juveniles le animó a dar el paso, algo que, según ella misma cuenta, ya hacía tiempo que necesitaba hacer.

Para Adec, el activismo es «terapia contra la ansiedad ecosocial y contra la ansiedad por el estado del mundo», y también algo que le ha cambiado la vida y le permite sentirse útil. «Pones tu carne en el asador y tu cuerpo en primera línea, y cuando termina, sabes que has puesto tu granito de arena». Todo para acabar con ese statu quo que nos impide ser conscientes de ciertos problemas o violencias que se ejercen a nuestras espaldas. «O incluso cuando los podemos ver, ese marco nos impide ser conscientes de las soluciones que hay». Romper ese marco, dice, contribuye a visibilizar esos problemas y esas salidas posibles.

Un entusiasmo parecido mueve también a su compañera Carlota. «Inspiración es lo que más siento; y esperanza también. Cuando conoces gente que te inspira y que está haciendo cosas de la manera en que a ti te gustaría hacerlas, o cosas que ni siquiera habrías pensado, pues te da fuerza». Para ella, el activismo es algo bello que nos permite vivir «en amor y compañía, que suena muy hippie y muy idílico, pero es que ese activismo que parece tan ideal y tan surrealista es la manera en la que estamos aterrizando todos estos buenos pensamientos y estas buenas intenciones en acciones para que nos lleve a un sitio diferente».

Que la gente identifique activismo con violencia, explican ambos, tiene más que ver con la incomodidad que esas protestas y acciones produce en la gente. Porque tienen claro que el suyo, y el que se ejerce por parte de Greenpeace, no es violento en absoluto. Carlota lo ve más relacionado con la performance «y con llamar la atención sobre un tema sobre el que se quiere reflexionar. A mí, personalmente, me encanta hacerlo de manera artística». Pero le gustaría que también fueran acciones más transversales. «Un cambio de mentalidad, un discurso decolonial, un discurso feminista, transincluyente…». En lo que ambos coinciden absolutamente es en que el activismo funciona. Adec cita logros como el Tratado de los Océanos, la paralización de la macrogranja de Noviercas, Altri, Urdaibai… Para Carlota, el éxito de esas acciones está en que consiguen abrir los ojos de la gente.

¿Y qué hay de la pasividad que se atribuye a los jóvenes? Ambos opinan que es sano hacer autocrítica. Adec invita a pensar a los jóvenes si están dando todo lo que tienen que dar y si las formas de protesta en las que se refugian son realmente útiles. «Estoy pensando en todo esto de las redes sociales, de que a lo mejor recurrimos mucho a reivindicar cosas por las redes sociales en vez de movilizarnos en las calles».

Activistas en un encuentro de la escuela de activismo de Greenpeace
© Mario Gómez / Greenpeace

En las redes sociales también encuentra un obstáculo Carlota y en el contexto vital en el que vivimos, todas adormecidas por esas redes sociales y otros estímulos banales. Para ella, los jóvenes se sienten abrumados por un exceso de estímulos e información que obligan, en cierto modo, a estar tomando decisiones continuamente, lo que puede provocar su inactividad. Sin embargo, Adec se muestra optimista. «Creo que estamos en un momento de la historia en el que una mayor cantidad de jóvenes, como base social, está politizada, está movilizada. Tiene integrados ya en su forma de ser y en su forma de pensar ciertos escalones políticos respecto del feminismo, de la igualdad, del ecologismo, que es muy difícil que vuelvan para atrás». Carlota, no obstante, se muestra más cauta. Para ella, esa sensación de que cada vez son más los jóvenes que se preocupan por causas sociales es una burbuja que no es real. Fuera de los círculos del activismo, esa pasividad es mayoritaria.

Y toda esa desmovilización tiene responsables. Para Adec, la precariedad en la que viven los jóvenes y unas leyes que favorecen esa inactividad son las principales causas. Para Carlota, la culpa hay que buscarla en la manera en la que esos jóvenes han sido educados por los adultos, que les acusan de desinterés hacia todo como una manera de eludir su propia responsabilidad. Aun así, son optimistas y animan a esa juventud a sumarse al activismo, a levantar la voz y pasar a la acción. «Les diría que no se desanimen —comenta Adec—. Y que, si lo hacen, que utilicen esa tristeza, esa pena y esa desolación precisamente para actuar, para moverse». «El futuro es nuestro —expresa con entusiasmo Carlota—. creo que es importante levantar la voz para poder tener poder sobre el futuro que queremos y que nos merecemos. Si no hablas, otro habla por ti, es evidente».

«Si creen que el barco se está hundiendo, pues que al menos la última foto sea ellos intentando hasta el último momento achicar el agua —anima con entusiasmo Adec—. Es una cuestión de coherencia interna cuando crees que hay soluciones. Y hay que intentarlo hasta el final, hay que intentar llegar a esas soluciones, aunque el futuro parezca negro».

Texto: Mariángeles García   Fotos: © Greenpeace