Tú haces Greenpeace

Polina Kolodiazhana, representante de Greenpeace en Kyiv

Activista Greenpeace Polina Kolodiazhana © Greenpeace

Hay dos sucesos que han determinado la vida de Polina Kolodiaznha. Dos acontecimientos con repercusión internacional que han condicionado su infancia, su juventud y su edad adulta. Uno es la explosión de la central nuclear de Chernóbil. Otro, la guerra contra Rusia de su país, Ucrania. Ambos también la han encaminado, de cierta manera, a trabajar en Greenpeace. Ese es, quizás, el ángulo positivo de dos tragedias. 

Pero vamos al inicio. Polina Kolodiaznha nació hace 37 años, poco después del mencionado accidente de Chernóbil, el 26 de abril de 1986. Cuando explosionó el cuarto reactor de esta central al norte de Ucrania, la trabajadora de la organización ni siquiera había llegado al mundo. Pero su onda expansiva no solo alcanzó miles de kilómetros a la redonda, sino que la acompañó durante la juventud. Aún la nota. “Siempre he tenido problemas en la tripa y nódulos en la tiroides; y mi hermana —Kateryna, que tiene 44 años— en los bronquios: le afectó mucho a la salud”, ilustra por teléfono desde la sede en Kyiv de Greenpeace. 

Debido a ese aciago episodio, Kolodiaznha viajó regularmente a España, como parte de los conocidos como Niños de Chernóbil, que eran acogidos temporalmente por familias españolas. En este país fue, de hecho, donde se dio cuenta de la magnitud de aquel suceso: “Con ocho años vine a Irún gracias a un programa para afectados por la radioactividad. Y aquí vi que no conocían mi ciudad, pero sí Chernóbil, por el desastre nuclear”, explica, considerando como su “segunda patria” este destino cantábrico que ha seguido visitando en múltiples ocasiones hasta la actualidad. “Solo cuando eres mayor te enteras de lo que significa. Mi padre ha ido varias veces para analizar lo que pasaba en los ríos y las aguas subterráneas”, puntualiza.

«Supe de la importancia del desastre de Chernóbil en España”

Gracias a esta experiencia, Kolodiaznha se licenció en una escuela de español de Kyiv y luego en la Universidad Nacional de Aviación. “Obtuve el título de ingeniera y traductora técnica (todas las asignaturas se impartían en español). Mi segunda licenciatura es en Derecho Internacional”, detalla sobre su formación, antes de narrar el segundo punto y aparte vital. Ocurrió el 24 de febrero de 2022, cuando Rusia atacó Ucrania. “Desde el segundo día de la invasión a gran escala, me vi obligada a abandonar la ciudad y trasladarme a Cherkasy, una urbe situada a 200 kilómetros de la capital, hacia el centro”, rememora.

“El 25 de febrero estaba en el sótano de mi casa con mis dos perros. Entonces me informaron de que un grupo de sabotaje y reconocimiento enemigo se desplazaba por la calle donde vive mi madre. En ese momento, decidí ir, a pesar del riesgo, a recogerla. Metí a mis perros en el coche, no había tiempo para hacer las maletas, solo tenía la ropa que llevaba puesta, pero corrí a mi apartamento y cogí comida para mis animales, mis documentos y me fui a por mi madre”, relata.

Cuando llegó, tuvo que convencerla para que se fuera. “Como la mayoría de los ucranianos, no quería abandonar su hogar”, apunta, “pero conseguí convencerla y nos fuimos de Kyiv con su perro y su gato”. “Fue muy difícil, porque se iba mucha gente y había muchos atascos. Además, una vez en la carretera, tuvimos que dar varias veces un giro de 360 grados porque volaban cohetes delante de nosotros. Era como una película de acción de Hollywood”, cuenta, expresando el nerviosismo por encontrarse con tropas rusas. “Podrían habernos matado o haberse llevado el coche”, aclara.

Su gran problema era dónde quedarse, y terminaron en casa de unos parientes. “Conseguimos llegar a un pueblecito cerca de Cherkasy (no fuimos a la ciudad propiamente dicha porque allí también había ataques con cohetes, aunque no tan masivos). Nuestros parientes tenían una pequeña casa de verano. Vivimos allí los tres primeros meses”, señala. Las condiciones, añade, eran “muy difíciles”: “Hacía mucho frío en la casa, la ducha y el retrete estaban en el patio interior y la temperatura era de 15 grados centígrados bajo cero, por lo que el agua de la casa estaba helada”. 

Kolodiaznha sostiene que al menos estaban seguras, pero echaba de menos Kyiv. “Me sentía culpable por no haber ido a defender la tierra y esconderme. Recaudé dinero para las necesidades de los defensores, pero sentía que no era suficiente. Además, me preocupaba mucho cómo los rusos estaban destruyendo mi país y me preguntaba cómo podía ayudar”, confiesa. Entonces vio que Greenpeace empezaba a operar en Ucrania y buscaba a alguien para trabajar en la reconstrucción de los edificios civiles dañados. 

«Tenemos que optar por un movimiento ecológico y sostenible, y las renovables y la generación distribuida son los mecanismos que ayudarán a los ucranianos a ser energéticamente independientes»

“Así empezó mi andadura con Greenpeace. Ahora codirijo el proyecto Green Recovery y, gracias a nuestros resultados, Greenpeace decidió abrir una oficina en Ucrania. Es la primera experiencia de Greenpeace trabajando en un país en guerra. Seguimos centrándonos en reconstruir hospitales, escuelas y guarderías, pero también pensamos en cómo ayudar a la naturaleza, porque sufre todos los días: han muerto muchos animales, la mayoría de los bosques se han quemado”, enumera Kolodiaznha.

“Estamos al borde de una catástrofe nuclear, porque los rusos están atacando nuestras centrales nucleares y las subestaciones de distribución de energía. Y cada día puede ocurrir un accidente que tendrá consecuencias no solo para Ucrania, sino para toda Europa”, afirma preocupada. Kolodiaznha espera que se desocupe la central nuclear de Zaporiyia y habla de los cursos de formación que realizan para las personas que viven cerca. Y así hila este presente con su pasado y esos hechos que alteraron su rumbo. 

Mientras Chernóbil lleva años construyendo un sarcófago para sellar del todo la radiación, vuelve a aflorar la idea de construir nuevas centrales, “aunque muchos alcaldes apoyan las renovables”, indica con tristeza Kolodiazhna. “La política de Ucrania está totalmente centrada en preservar la nación, buscar alianzas y apoyos y mantener la economía. Y esto es comprensible, teniendo en cuenta el país al que resistimos cada día”, analiza, “pero lo de levantar nuevas plantas lo considero absolutamente inaceptable. No solo dada nuestra terrible experiencia con Chernóbil y Zaporiyia, sino también teniendo en cuenta a nuestro loco vecino”. 

“Tenemos que optar por un movimiento ecológico y sostenible, y las renovables y la generación distribuida son los mecanismos que ayudarán a los ucranianos a ser energéticamente independientes”, cavila Kolodiaznha, que últimamente también sigue con atención el cambio de poder en Estados Unidos. “No es mi área de especialización, pero por supuesto que estoy preocupada por las consecuencias desconocidas de la presidencia de Trump para mi país”, estima. Sin embargo, zanja la empleada, “es demasiado pronto para decirlo, así que solo espero que su política sea moderada y que Ucrania reciba ayuda y apoyo para continuar la lucha y defender nuestros territorios”.

Texto: Greenpeace   Fotos: © Greenpeace