Los océanos, una inmensidad que proteger

Vista del océano desde un acantilado

Estamos rodeados por ellos y su papel es esencial: generan el oxígeno que respiramos, atesoran centenares de especies únicas y favorecen los fenómenos meteorológicos imprescindibles para la vida. Ahora están en riesgo por la acción humana: a la acidificación o la contaminación se le ha sumado la minería submarina, aunque ya hay un acuerdo para protegerlos.

Vista aerea de las olas del mar
Andrei Armiagov / Shutterstock

La humanidad ha trabajado con ahínco hasta tener las herramientas necesarias para remover la tierra. De la agricultura y la ganadería prehistóricas cuyo fin ha sido el de alimentar personas y, cada vez más, animales—, se ha pasado a hurgar en las entrañas del planeta para nutrir otra necesidad: la de los minerales. Estos elementos con millones de años de edad sacian, entre otras cosas, el hambre tecnológica de nuestros días. Los dispositivos que utilizamos incesantemente vacían el suelo y amenazan con ir devorando más terreno ante el voraz ritmo de consumo. El objetivo ya está marcado: los océanos, un maná económico para grandes corporaciones.

Según el Instituto Geográfico Nacional, esta inmensidad de agua, que son los océanos, ocupa el 70,7 % de la superficie terrestre. Ante el agotamiento de recursos continentales, el problema se traslada a un ecosistema ya en peligro por la polución, el cambio climático y los residuos producidos por el ser humano. Sus beneficios en el ciclo vital, no obstante, son notables: gracias a este medio se limpia el aire que respiramos, se conforman hábitats donde residen ballenas, tiburones, tortugas y centenares de especies únicas, e incluso se da pie a los fenómenos meteorológicos que regulan nuestro clima. 

En el fondo submarino se erige un verdadero sistema respiratorio que ejerce de pulmón del planeta: el fitoplancton y las algas marinas producen cada año entre el 50 y el 85 % de oxígeno que se libera cada año a la atmósfera. Es la mayor reserva de dióxido de carbono, un auténtico depurador natural: los océanos han almacenado aproximadamente el 38 % del CO2 generado por la humanidad y han absorbido más del 93 % del calor extra emitido por el ser humano desde los años 70. Esos datos, por desgracia, están en riesgo. La acidificación, el calentamiento global, la pesca industrial e ilegal, la contaminación y la posible introducción de empresas mineras cuestionan el futuro de un espacio imprescindible cuya temperatura media de la superficie rozó en agosto de 2023 los 21 grados centígrados, su nivel más alto.

En el fondo submarino se erige un verdadero sistema respiratorio que ejerce de pulmón del planeta

Hay que sumar otro aciago factor. A pesar de que tan solo se ha explorado un 1 % del fondo marino a lo largo de las últimas décadas, se sabe que existen grandes riquezas. Y la industria no lo ha dejado de lado: grandes compañías se han interesado en explotarlo y mermar, todavía más, sus recursos naturales. Estas empresas buscan en las denominadas aguas profundas esos ansiados minerales mencionados, que abarcan desde manganeso, cobalto y zinc hasta cobre, plata y oro. Suelen ubicarse alrededor de grandes áreas con fisuras hidrotermales, activas y extintas, o en formaciones rocosas depositadas a una distancia de entre 1.400 y 3.700 metros por debajo de la superficie del océano. 

Dichos respiraderos, tal y como explican desde la fundación Aquae, crean depósitos de sulfuros que contienen los ansiados metales. Este tesoro submarino se vería seriamente impactado por unos métodos en los que se usan bombas hidráulicas o sistemas de cubos para transportar lo extraído. El daño, como ya hemos denunciado desde Greenpeace y otros grupos como Deep Sea Mining Campaign en el Pacífico, sería nefasto para el entorno. 

Y no solo por los perjuicios ecológicos de los penachos cargados de metales pesados. Aparte, la maquinaria destrozaría los fondos a su paso, las ballenas se verían afectadas por el ruido generado por estos aparatos y una gran cantidad de especies, aún por investigar, podrían desaparecer. Alteraría también el acontecer de poblaciones locales cuya fuente principal de proteína en la alimentación es el pescado. Sin olvidarnos del cambio climático, que acelera el proceso y reduce esta reserva mundial de carbono por la que el globo aún es habitable. Actualmente, menos de un 3 % de los océanos están protegidos.

Un buzo sujeta una pantacarta bajo el mar. El texto de la pancarta dice: PROTECT THE OCEANS.
© Tomás Munita / Greenpeace

Utilizando datos de Global Fishing Watch, desde Greenpeace estimamos que las horas de pesca en alta mar aumentaron en torno a un 8,5 % (662.483 horas) entre 2018 y 2022. Ese año, los pesqueros industriales pasaron un total de 8.487.894 horas capturando en estas latitudes. Es decir, lo comparable a centenares de años faenando incesablemente. Y comprobamos con otro estudio que el 90 % de las poblaciones de peces evaluadas en el Mediterráneo están sobrexplotadas. Y un 58 % de las mundiales está plenamente explotado. En España, que acaba de sumar 9,3 millones de hectáreas de espacios en la Red Natura 2000, se encamina al 30 % de superficie marina protegida (actualmente ronda el 21 %, con 22,5 millones de hectáreas). Pero la degradación global parece imparable: las corporaciones prefieren su beneficio económico, aunque sea a cambio de un deterioro irreparable. 

Queda esperanza, sin embargo. Aparte de las iniciativas particulares, la preocupación ha llegado al resto de implicados. No basta con proyectos aislados: hay que tomar medidas gubernamentales e internacionales. En marzo de 2023 se firmó un histórico tratado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre los océanos en aguas internacionales. Suponía una “victoria monumental” para la protección de los océanos y “una señal importante de que el multilateralismo aún funciona en un mundo cada vez más dividido”, según valoraba Pilar Marcos, responsable de Océanos en la delegación de Greenpeace en Naciones Unidas. El acuerdo refuerza el objetivo 30×30 (proteger al menos el 30 % de los océanos del mundo para 2030), proporcionando un camino para crear áreas total o altamente protegidas en estos espacios marinos del mundo.

Marcos expresaba el día de la firma que se trataba de algo “histórico” para la conservación de los océanos y “una señal de que, en un mundo dividido, proteger la naturaleza y las personas puede triunfar sobre la geopolítica”. “Elogiamos a los países por buscar compromisos, dejar de lado las diferencias y emitir un tratado que nos permitirá proteger los océanos, aumentar nuestra resiliencia al cambio climático y salvaguardar las vidas y los medios de subsistencia de miles de millones de personas”, añadía, remarcando la urgencia de ratificarlo formalmente y de no ser “complacientes”.

La High Ambition Coalition una agrupación medioambiental formada por 115 países, incluyendo a los miembros de la UE, EE.UU., Reino Unido y China fue clave en la negociación. Todos exhibieron una firme voluntad de compromiso tras el liderazgo, desde el inicio del proceso, de los Pequeños Estados Insulares. El trayecto, aun así, no es fácil. Deben protegerse 11 millones de kilómetros cuadrados al año para cumplir el objetivo. Falta crear una red de santuarios marinos que impida la destrucción. Y se tercia indispensable conservar y utilizar de forma sostenible los océanos y sus recursos, salvaguardando los caladeros de pesca, protegiendo especies únicas, preservando los ecosistemas más vulnerables y respondiendo a la crisis climática, a la presencia de plásticos y a otras actividades humanas que los han malogrado.

Impedir la destrucción de los fondos marinos es el paso esencial. Lo que millones de personas habían solicitado a través de campañas ciudadanas se rubricó definitivamente en junio de 2023, pero las naciones que deben ponerlo en vigor al menos 60 tienen hasta 2025 para ratificarlo. Esto dejaría solo cinco años para desarrollar esa red de zonas protegidas en alta mar. Tal propósito demandará un esfuerzo y una colaboración internacional a una escala nunca antes probada en ningún ámbito de la conservación. Porque la minería en aguas profundas es incompatible con un futuro sostenible y porque, llegados a este punto, es demasiado tarde para el pesimismo: se podría imaginar un mar sin fauna ni flora, pero no sería la mejor manera de honrar tantos siglos de avances.

ZONAS PRIORITARIAS PARA SU PROTECCIÓN

El mar de los Sargazos, la cúpula térmica de Costa Rica o las cordilleras de Salas y Gómez y de Nazca en ambas orillas del continente americano; el dorsal de Walvis, en la costa de Namibia, al oeste de África; la elevación de Lord Howe, en el mar de Tasmania meridional; los montes submarinos Emperador o el banco de Saya de Malha, todos estos puntos del mapa albergan una gran biodiversidad y muchas especies raras en declive que, a menudo, solo se encuentran allí. Han sufrido, además, el brutal impacto de las flotas pesqueras o del cambio climático acelerado. Por ello, son objeto de especial interés para el estudio científico y zonas prioritarias para la conservación. Este tratado podría bloquear una de las mayores amenazas que se ciernen sobre ellos y poner el foco en otras circunstancias que los ponen en peligro, como el aumento de la temperatura o la extinción de sus moradores. Aunque no impide la actividad de una industria tan destructiva como la minería submarina, que tiraría por tierra todos los avances logrados en conservación. Su salvación aún está en juego. Es hora de parar esta amenaza, tenemos la oportunidad de hacerlo ahora, antes de que sea tarde: imagina que, en su época, se hubiera parado el petróleo antes de que comenzara.

Texto: Alberto G. Palomo